Los seres humanos estamos diseñados para tener salud y para ser felices. El problema surge cuando este diseño, fruto de millones de años de evolución, choca contra la forma de vida que arrastramos en las sociedades desarrolladas y opulentas.
Según los datos proporcionados por numerosas investigaciones, nuestra especie (Homo Sapiens Sapiens) surgió, hace apenas 200.000 años, a partir de un pequeño grupo de individuos que vivían en lo que hoy es Etiopia. Desde allí, milenio a milenio, fueron desplazándose hasta ocupar todo el planeta. Los cambios genéticos evolutivos suceden de forma muy lenta, en términos de decenas de miles de años. Es decir, en este periodo de tiempo nuestros genes apenas han cambiado: menos de un 0,5%.
Todos nosotros, ustedes y yo somos paleolíticos, portamos un genotipo de la edad de piedra. Nuestro diseño es el adecuado para vivir en las condiciones que se dieron en la prehistoria y no responde bien y se estropea con facilidad (enferma) cuando lo sometemos al estilo de vida de la era espacial. Es como si un auto diseñado para circular por carretera asfaltada lo sometemos a la prueba del Paris-Dakar.
Según la Medicina darviniana, para estar sanos y ser felices debemos de ajustar, lo más que podamos, nuestro diseño paleolítico a nuestra forma de vida actual. No se trata de pedir imposibles, ni exigir llegar a los extremos de algunos clubes en Estados Unidos que viven exactamente como en la era prehistórica, incluso solo comen lo que cazan o recolectan. No, eso son exageraciones. Para ser un buen paleolítico en pleno siglo XXI solo hay que controlar la alimentación y la actividad física.
Respecto a la alimentación paleolítica se está armando mucho revuelo literario y en Internet con la paleodieta, aunque yo creo que no es para tanto. Solo se necesita cuidar dos aspectos de nuestra alimentación para que esta sea saludable, placentera y adaptada a nuestro diseño: que sea justa y que sea variada.
Nuestros ancestros pasaban mucha hambre y nuestro organismo está diseñado para comer lo justo. Por otra parte nuestro diseño evolutivo nos proporcionó los llamados «genes ahorradores» que a nuestros ancestros les proporcionaban una gran eficiencia para acumular en forma de grasa el exceso de comida, cuando se topaban (muy de vez en cuando) con abundancia de alimentos. Estos genes ahorradores los hemos heredado como parte de nuestro genoma paleolítico, por eso uno de los problemas de salud de nuestras sociedades opulentas es la elevada tasa de sobrepeso y de obesidad que alcanza a más del 60% de las poblaciones desarrolladas. Para ser buenos paleolíticos debemos de comer lo necesario pero sin rebasar nunca los límites de lo que se considera un peso normal. El sobrepeso y la obesidad son alteraciones de nuestro diseño, son enfermedades que, además, son madre de otras enfermedades de la opulencia (diabetes, hipertensión, problemas cardiovasculares o cáncer, entre otras). Estos aspectos se tratan con detalle en mi libro El Mono Obeso (Editorial Crítica).
En segundo lugar, nuestra alimentación debe ser lo más variada que podamos. Nuestros ancestros, como sucede en tribus primitivas actuales, se alimentaban de una gran variedad de alimentos diferentes. Aunque comieran poca cantidad, esa gran diversidad de alimentos les proporcionaba todos los nutrientes necesarios. Pero hoy nos alimentamos a base de solo unos pocos alimentos que consumimos en grandes cantidades. Hagan la prueba, escriban qué alimentos diferentes consumieron durante la semana pasada. Si no superan los 50, necesitan aumentar la variedad de los alimentos que consumen para ser unos buenos paleolíticos.
Una precisión. Si introducimos gran variedad en nuestra alimentación tendremos una dieta equilibrada en nutrientes y por ello no necesitarnos preocuparnos de pirámides alimentarias ni de esquemas de paleodietas. La variedad garantiza el equilibrio nutricional.
Respecto al ejercicio, hay que señalar que es algo que no se puede separar de la alimentación. En condiciones naturales ningún animal (incluidos nosotros) puede meter en su organismo la energía de los alimentos sin haber gastado energía muscular para conseguirlos. El ser humano que vive en sociedades opulentas, haciendo un mal uso de su diseño, es el único animal capaz de atracarse de miles de kilocalorías sin mover un músculo para conseguirlas. Por eso el sedentarismo es una auténtica enfermedad que afecta a hombres, mujeres y niños en las sociedades opulentas y desarrolladas. Nos falta algo que deberíamos hacer cada día: movernos. Esta carencia causa, a la larga, graves enfermedades.
El ejercicio físico es importante por otra razón: mantener a raya otro enemigo de nuestra salud y nuestra felicidad que es el estrés. El estrés es la respuesta de cualquier organismo frente a una amenaza. Y todos los animales responden a las principales formas de estrés con la contracción muscular que les permite luchar, huir o hacerse el muerto. En nuestra vida civilizada tenemos que padecer a diario numerosas situaciones de estrés, unas más graves (amenaza de despido de la empresa) y otras menos (el vecino que nos vierte la basura en la puerta de nuestra vivienda). Cada amenaza desencadena en nosotros las mismas reacciones que en cualquier animal, pero nuestras condiciones de vida nos impiden salir corriendo, luchar o hacernos el muerto. Por eso, cuando cada tarde hacemos ejercicio físico es como si saldáramos el debito de contracción muscular por tantas situaciones estresantes grandes y pequeñas que padecimos a lo largo del día. Esto se trata con detalle en mi libro El MOno Estresado (Editorial Crítica).
En conclusión, si queremos tener salud y felicidad debemos de intentar armonizar, lo más que podamos, nuestros genes de la edad de piedra con nuestra vida en la era espacial.
Este texto es resumen de una breve charla que impartí en Buenos Aires el 3 de diciembre de 2012. Pueden verla completa en www.TEDxpuertomadero.net.
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